El militarismo y la guerra llevan a la tortura y el asesinato sistemáticos de miles de civiles, la huida de miles de personas, al desarraigo social, al racismo, la represión y el repudio por parte de la población del país receptor de los refugiados. Significan la sistemática destrucción del patrimonio histórico-artístico y la destrucción de entornos naturales, flora y fauna. Implica la muerte de cientos de miles de combatientes de los bandos beligerantes, mayormente hijos de trabajadores y personas pobres con pocos recursos, cuya entrada en el ejército les permite huir de la miseria y les convierte en carne de cañón.
El militarismo y la guerra implican que la industria armamentística se beneficie armando a los bandos beligerantes. Suponen que las empresas, los empresarios y otros directivos de los que dependen ganen miles de miles de millones de euros suministrando material bélico tanto a los Estados beligerantes, como a otros Estados y alianzas militares. Implican que los lobbies de la industria armamentística gasten dinero para que el poder político legisle en su beneficio.
El militarismo y la guerra implican priorizar la financiación en investigación y desarrollo de tecnología aplicada a la guerra y la muerte, en detrimento de otro tipo de investigación científica que pueda estar destinada a la erradicación de enfermedades, a la autogestión energética, a entender y proteger los ecosistemas del planeta, o a la investigación social para el beneficio material de la sociedad en su conjunto, etc.
El militarismo y la guerra implican que los Estados aumenten el gasto en armamento en detrimento de gastos en bienestar social, sanidad y educación. Son un ataque frontal a su idea del «Estado del bienestar», llevan al aumento de la precariedad y a la incapacidad del Estado para cubrir las necesidades de las personas. Implican la privatización y elitización de los servicios elementales para beneficio de los lobbies privados de la sanidad y la educación, y el consiguiente aumento del malestar social. Suponen el recorte de derechos y libertades, la agudización del autoritarismo por la maquinaria coercitiva del Estado (ejército y policía) y el ejercicio del miedo y la represión.
El militarismo y la guerra implican la subida del precio de los productos básicos y la energía y, por tanto, el aumento de la carestía de la vida. Significan que somos los trabajadores los que vamos a tener que pagar más por menos, que el poder económico va a estrujarnos todavía más para que a ellos no les afecte, y que la desigualdad va a aumentar y a acentuarse. Implican avivar el miedo al pozo sin fondo de la exclusión social para mantenernos a los trabajadores sumisos y callados.
El militarismo y la guerra implican la destrucción sistemática de comunidades y sociedades, y de su riqueza cultural y social. Significan extender la hegemonía globalizadora del capitalismo, robar y mercantilizar las tierras y los recursos naturales de estas comunidades, obligarlas a permanecer desarraigadas, ser parte de los engranajes del capitalismo, tanto como mano de obra barata como carne de cañón en guerras y conflictos armados.
Por eso los anarquistas abogamos por la desmilitarización y la disolución de los ejércitos. Creemos en la práctica de la solidaridad y el apoyo mutuo con todos aquellos explotados y desposeídos, y en una sociedad horizontal de libre federación de productores y consumidores basada en el trabajo asociado y cooperativo. Por ello denunciaremos las barbaridades que provocan las fronteras, los Estados, los poderes económicos y políticos, y las guerras que tanto les benefician.
Ni OTAN, ni imperialismo estadounidense o ruso
Contra la industria de la guerra y de la muerte
Contra la paz social, por la solidaridad y el apoyo mutuo entre todos los trabajadores